martes, 13 de marzo de 2012

Las églogas de Garcilaso

Para Garcilaso, inspirado en la lírica petrarquista, el tema por excelencia de la lírica debía ser el amor. Es especialmente en las églogas donde se ve el máximo refinamiento adquirido: a través de las lágrimas de los pastores que lloran las pérdidas de sus amadas y el paisaje bucólico idealizado, lleno de epítetos.
En la égloga I Garcilaso pone en boca de dos pastores, Salicio y Nemoroso, sus quejas de amor, con el fondo de un paisaje natural idealizado, un locus amoenus que será reflejo del estado de ánimo de los personajes (alter ego ambos del poeta).
Salicio llora ("Salid, sin duelo, lágrimas corriendo") por el rechazo de su amada, Galatea, mientras que Nemoroso se lamenta por la muerte de Elisa, a la que recuerda en ese spacio natural en el que vivieron tan buenos momentos y que ya ahora, sin ella, no es tan idílico.
La métrica empleada es la estancia (combinación libre de veros endecasílabos y heptasílabos con rima consonante)

Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,
razonando con ella, le decía:

Salicio:
  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,          
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.  

 
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que s’inclinan;
las aves que m’escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen
y mi morir cantando m’adevinan;
     las fieras que reclinan
     su cuerpo fatigado
     dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste:
tú sola contra mí t’endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
     a los que tú hiciste
salir, sin duelo, lágrimas corriendo.

     Aquí dio fin a su cantar Salicio,
y sospirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena;
queriendo el monte al grave sentimiento
d’aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena;
     la blanda Filomena,
     casi como dolida
     y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso,
decildo vos, Pïérides, que tanto
     no puedo yo ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.
NEMOROSO
     Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
     yo me vi tan ajeno
     del grave mal que siento
     que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
     por donde no hallaba
sino memorias llenas d’alegría;
     y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso en el reposo,
estuve ya contento y descansado.
¡ Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí algún hora,
que, despertando, a Elisa vi a mi lado.
     ¡Oh miserable hado!
     ¡Oh tela delicada,
     antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
     que’s más que’l hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.
     ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma, doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos l’ofrecían?
     Los cabellos que vían
     con gran desprecio al oro
     como a menor tesoro
¿adónde están, adónde el blanco pecho?
¿Dó la columna que’l dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya s’encierra,
     por desventura mía,
en la escura, desierta y dura tierra.

     Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena;
no hay bien que’n mal no se convierta y mude.
La mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena;
     la tierra, que de buena
     gana nos producía
     flores con que solía
quitar en solo vellas mil enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor d’espinas intratable.
     Yo hago con mis ojos
crecer, lloviendo, el fruto miserable.

La égloga III, escrita en octavas reales (versos endecasílabos con rima consonante: ABABABCC) combina las características más importantes de la lírica renacentista: empleo de os metros italianos, utilización de la mitología clásica, combinacion del sentimiento del poeta con la naturaleza descrita, etc.
La composición comienza con una introducción de Garcilaso tras la cual presenta a cuatro ninfas (Filódoce, Dinámene, Climene y Nise) que tejen en el río Tajo unos tapices con algunas de las historias de amor de final trágico de la mitología clásica: Orfeo y Eurídice, Apolo y Dafne, Venus y Adonis, demás de una historia ya conocida por todos, las de Nemoroso y Elisa, que habrían escuchado cantar.
Tras esto, aparecen dos pastores, a los que las ninfas oyen, Tirreno y Alcino, que dialogan mientras pastan su ovejas sobre sus amores felices, mientras los acompaña la descripción de un locus amoenus.

Cerca del Tajo en soledad amena
de verdes sauces hay una espesura,
toda de yedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo.
Secaba entonces el terreno aliento
el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.

Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que había tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar luego le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido.
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta de oro.

Dafne con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corria
por áspero camino, tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía 

que, porque ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía.
El va siguiendo, y ella huye
como quien siente al pecho el odioso plomo.

Mas a la fin los brazos le crecían,
y en sendos ramos vueltos se mostraban.
Y los cabellos. que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces se extendían
los blancos pies, y en tierra se hincaban;
llora el amante, y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.


TIRRENO
Flérida, para mi dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche, y más hermosa
que el prado por abril de flores lleno:
si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
que el cielo nos muestre su lucero.

ALCINO
Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea,
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la oscuridad, ni más la luz desama,
por ver ya el fin de un término tamaño
de este día; para mí mayor que un año.


Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
le respondió; y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado.
Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
juntas se arrojan por el agua a nado;
y de la blanca espuma que movieron,
las cristalinas ondas se cubrieron.

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